En Navidades, lo inmaterial por delante

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Lo importante es lo que le asocies

A mí, en época de Navidades, hay dos temas principales que me tienen ocupado.

El primero es la definición de mis objetivos para el año que viene, lo que muchos llaman «buenos propósitos» (curiosa nomenclatura cuando menos).

Y el segundo son los regalos. Es rara la familia en la que no hay algún pequeñajo cerca y, tanto por el factor mágico que tienen los regalos cuando hay alguno cerca como por la carga emotiva que tiene de por sí hacer regalos, no dejan de ser uno de los iconos de la Navidad moderna.

Un pequeño gran pero

No obstante tengo un pequeño gran pero a eso de abrir regalos y es que si bien me encanta abrirlos, y me cautiva la sensación previa a que se deshaga el nudito que me separa de ese ente resplandeciente y nuevecito, la mayoría de las veces me aborrece saber qué haré con ellos.

Por definición, uno de los problemas que pretendo resolver con la productividad es aprender a identificar lo que quiero y necesito, y concentrar en ello mis recursos (mi tiempo, mi dinero, mi atención,…). Vamos, que desde hace no tanto (aunque me quede mucho camino por recorrer) cada vez invierto menos dinero en cosas que no utilizo, gasto menos tiempo en aquello que no escojo por alguna razón y centro mi atención en lo importante (problemas o deseos, pero en cosas trascendentes).

La decadencia de lo material

Por eso, (y este proceso aún hace más tiempo que lo empecé) cada vez me seduce menos la idea de recibir cosas materiales que vendrían a quitarle la atención a las que ya tengo y he escogido con esmero. A veces hasta me encantaría que existiese un modo de empaquetar lo que ya tengo y presentármelo de una forma diferente. Como el regalarme algo mío viejo arreglado, o una pieza que encaja con un conjunto que ya tengo.

En otras palabras: mi filosofía actual es que prefiero mil veces que me regalen un platillo nuevo para mi batería en vez de que me traigan un instrumento nuevo.

No obstante, me siguen sorprendiendo

Mi planteamiento, pese a ser una sensación que no puedo quitarme de la cabeza, es algo que me demuestran equivocado una y otra vez. Si bien las maletas y los viajes internacionales me han enseñado a entender que de la Navidad a la rutina basta con traerte de vuelta los mismos 20kg, mis reyes magos de occidente, me siguen sorprendiendo y especialmente:

  • con cosas innovadoras (que no conocía y por eso nunca había considerado)
  • con elecciones puntuales de lo que suelo elegir mal (hay reyes con gusto y buen ojo)
  • con recomendaciones hechas realidad (problema resuelto, listo para usar)
  • con dedicación (uno, dos, tres, cuatro intentos… y hasta que lo consiguen)
  • y voluntariamente de último, con capacidad económica (comprándome algo que yo no podría)

Lo que fascina de un regalo es todo el resto

Y ahora que acabo de confesar como un cosaco materialista (o eso parece), no pienso cambiar de título el artículo. Porque todas las ventajas de cualquier regalo material son sus características inmateriales.

El valor de un regalo reside en lo que significa. Para un niño con exceso de recursos una videoconsola no es un problema, lo que se le regala es el permiso de tenerla. Para una adolescente un trozo de tela puede suponer el billete de entrada a un grupo de amigas homogéneas. A un alto ejecutivo le sobra el dinero, pero necesita que le regalen tiempo.

Y a todo el mundo, absolutamente todo el mundo, le encantan las cosas memorables. Una cosa memorable es algo que se recuerda porque es tan genial que pasa el tiempo y lo sigues recordando.

Aunque, no hace falta ir por ahí regalando bonos para masajes…

Insisto, no se trata regalar cursos de parapente y spas en hoteles a toda la familia. No es a ese tipo de inmaterial al que me refiero. Las experiencias son en efecto una forma de hacer regalos memorables, pero hay muchas otras.

Si me he lanzado a soltar sin tapujos la reacción que me suscitan los regalos de Navidad, es para que tú tengas una reflexión cruda de la que aprovecharte para la que se te avecina. Pero quizás las ideas a las que lo resumo son:

  • sé capaz de hacer regalos creyendo en lo que regalas (ten valor si crees que un regalo de poco coste y mucho contenido va a ser mejor percibido)
  • gasta neuronas y busca bien (racanea en dinero, no en escogerlo ni en tiempo)
  • apoya y contribuye en vez de desviar (no regales esperando forzar cambios en sus rutinas, sino observa a la persona y proponle mejoras)

Y esa es mi reacción. Rara o común, todo el mundo esconde alguna lógica y preguntarte cuál es la de los que te rodean puede resultarte interesante. ¿A ti qué reacción te produce la fiebre de regalos Navideña? ¿Ves lo que te regalan como intrusos o sueles integrarlos bien venga lo que venga?

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2 comentarios

  1. Totalmente de acuerdo contigo Iago. Para recibir regalos prefiero mil veces un apoyo en momentos difíciles que el mejor regalo material.
    Por circunstancias de la vida he recibido muchísimos regalos de valor que a mi ni me servían, ni me gustaban, solo ocupaban espacio en mi casa y en mi interior. Hace tiempo decidí que era mucho mas sano tener poco y a gusto que mucho y a disgusto. Ya no dejo que estos temas resten tiempo a mi bienestar.
    Saludos María

  2. Personalmente, adoro la fiebre de regalos navideña,;me encanta, porque afronto esa fiebre con muy pocos recursos económicos y, por tanto, con la imaginación como medicina 🙂 Es el momento perfecto para llevar a cabo una regresión y convertirse en una niña de mofletes “coloraos” que dispone de unas pesetillas para hacer los mejores regalos del mundo mundial. ¿Mejores regalos? A mi juicio, quellos en los que se refleja la personalidad del regalado y el amor que le tienes. Y, claro, en esto, hay personas que prefieren el aspecto inmaterial de lo material, como dices tú, y otras que ,sabes, te dirían “tú déjame a mí con mi Channel nº 5 y déjate de historias sensiblonas”; curiosamente, estas últimas, que se definen como exquisitas, son las más fáciles de regalar, pero también las más aburridas, porque no suponen reto alguno (quizás un mayor ahorro) y a tu creatividad las deja más bien frías.
    En cuanto al lado pragmático, casi completamente de acuerdo, pero con una pequeña salvedad y es que un buen regalo, para mí, tiene que tener cierto componente extraordinario; es decir, algo que se salga de lo ordinario, que nos recuerde a ese momento del día en que no estamos trabajando, que nos recuerde una afición, algo que nos defina más allá de nuestras rutinas, que nos defina como personas y no como estudiantes, trabajadores, madres o demás roles (por eso nada de regalarle a un niño un libro de texto o un estuche o a una ama de casa una plancha). Un buen regalo, a mi juicio, es aquel que conecta con lo que somos y con el que nos imaginamos disfrutando; el factor ensoñación se une al factor sorpresa y al práctico. Como cuando éramos pequeños: el mejor regalo no era ni el más molón, ni el más caro ni el más educativo, era el que nos tenía horas y horas ensimismados, enredando y que bien podía ser un puñetero lápiz roído.
    Por eso regalar es una gran responsabilidad, si quieres hacerlo bien, porque estás interaccionando con las ilusiones del regalado y con la idea que tú tienes de él.
    En cuanto a lo de regalos integrados o intrusos, no suelo integrar bien los regalos que pretenden ser útiles y no lo son; si van por el lado más emocional sí, porque lo emocional se integra por sí solo, pero cuando van por el lado pragmático la persona en sí te tiene que conocer muy bien y no siempre es así.
    Para terminar (que hablo mucho) me gustaría compartir con vosotros dos cosillas que yo hago y que van genial para alargar el factor sorpresa y para idear un regalo anticrisis, por si os puede dar ideas para esta Navidad (si es que no las habéis puesto en práctica ya):

    1. “El embalsamador de regalos” (por ponerle un título molón al asunto): cójase una caja en el supermercado, fórrese de papel de periódicos o de textos cuya temática, sepan, le gusta al regalado o regalada; introduzca papeles dentro hasta cubrir la caja y coloque en el fondo el regalo especial en cuestión; a continuación, en capas más altas, deposite chucherías varias (piruletas, chicles) o cosas baratas que le dijo el susodicho que necesitaba (unos mitones baratillos, una braga para el cuello, cosas prosaicas,) pero, eso sí, embalsamadas con más papel y cinta adhesiva para que la persona se vuelva loco o loca a la hora de desenvolver. Puntos a favor: el proceso de creación es muy entretenido y puede requerir de ayuda de otros, con lo cual se crea un ambiente muy familiar; el factor sorpresa se prolonga tanto en el tiempo que la persona regalada termina con agujetas en la cara de tanto sonreír y las endorfinas son siempre bienvenidas 🙂 Puntos en contra: puede ser que genere muchas expectativas y si la persona disfruta más con el producto que con el proceso es probable que no sea el método más adecuado.
    2. “El laberinto del Minotauro” (por decir algo!): vaya creando notitas imaginativas a modo de acertijo y dispóngalas por el recinto elegido para esconder el regalo. Cada acertijo llevará a otro; el último enigma llevará al regalado a su tesoro más preciado. Puntos a favor: creatividad al máximo, mucha diversión, para ambos, y se puede escoger un escenario en plena naturaleza (un bosque, por ejemplo) y disfrutar de un buen día de campo. También puede ser en casa (los relojes por detrás, cuadros y libros dan mucho juego). Puntos en contra: puede ser que el proceso de adivinar se eternice y se les haga de noche, xD.
    Y nada! A hacer y a recibir regalos! Feliz Navidad!

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