¿Necesito acabar todo lo que empiezo? 3 ideas fundamentales

acabar, lo que empiezo

No sé si te ha pasado esto alguna vez, pero a mi millones de veces.

Te encuentras en la última parte de un libro, a mitad de camino para un diploma de inglés o simplemente revisando el gran taco de papeles con la etiqueta “ya los miraré algún día”.

El caso es que has empezado con una motivación de cualquier tipo, después de los primeros compases te das cuenta de que la tarea en sí no te apetece tanto realmente y en el punto actual lo único que te mantiene activo aún es la determinación de sacártelo de encima.

Y ahí te entra la duda universal de: ¿realmente tengo que acabar esto?

1. Líbrate del factor psicológico

El primer factor a tener en cuenta en esta decisión, es que no solemos tomarla desde un punto de vista neutral.

Al contrario, estamos fuertemente influenciados por convicciones propias que nos incitan a una de las opciones. De hecho no sé si te has dado cuenta, pero la pregunta que nos solemos formular (o al menos el ángulo más común) no es el de ¿qué hago en esta situación? sino el de ¿lo acabo o no lo acabo?

La diferencia es sutil, pero nos condiciona mucho. Básicamente en nuestra cabeza entra una presión de la forma tradicional y respetable de hacer las cosas. Esa metodología concibe que lo normal y respetable es que decidamos qué hacer, nos pongamos a hacerlo y lo acabemos con todas las de la ley.

Digo tradicional y respetable, porque es un fenómeno social. La sociedad estigmatiza a aquellos que empiezan cosas (lo que visto desde fuera parece un compromiso) y que luego las dejan (visto desde fuera: han roto el compromiso). No hace falta nada de abstracto. Piénsalo llanamente. Tu hijo hoy empieza kárate, un mes más tarde se cambia a clase de ruso y a los cuatro meses se quiere dejarlo todo y comprarse una guitarra. ¿Tú que le dices?

Pues nos parezca evidente o no, nosotros nos juzgamos igual. Y nos autopresionamos porque no queremos que nos vean como un inconsistente caprichoso del momento.

2. Cualquier etapa es falible, rectificar debe ser siempre posible

Un general en una guerra toma muchísimas decisiones. Primero consigue aliados y reconoce enemigos, luego constituye una estrategia, y luego lidera sus tropas con cada pequeña acción en el campo de batalla.

Un general aún así, por listo que sea, es alguien falible. Y ser falible implica que se puede equivocar en cualquier fase del proceso. Imagínate que se equivocó al clasificar a los azules como enemigos y resulta que eran potenciales aliados (por alguna razón que no supo ver). ¿Debería seguir intentando exterminarlos sólo porque se lo propuso?

Por supuesto que no, igual que tú y yo a veces cometemos un error al escoger un libro o inscribiéndonos a un mal curso de inglés (pero el continuarlo hasta el final no mejora las cosas).

3. La única excepción: cuando persigues lo que importa

Como habrás deducido: no quiero incitarte a que vayas abandonando a medio camino todo lo que presente la menor dificultad, que baje un poco el interés o porque tú te desmotives.

Todo merece una oportunidad y una cierta tolerancia. Sólo así conseguirás que un punto bajo baste para interrumpir cualquier gran proyecto en el que te impliques.

De hecho sí hay una sola excepción a las cosas que no debes acabar. Lo único que SI debes acabar siempre es el perseguir tus objetivos principales.

No importa cómo de fea se ponga la situación en el trabajo o en tu dieta o en cualquier tema puntual, que si ese proyecto en concreto forma parte de tus objetivos principales eso se merece que aguantes hasta el final. Ahí y sólo ahí, es dónde debes presionarte a ti mismo.

4. No acabar algo, permite peregrinar y probar

Ahora bien, tus objetivos principales representan un pequeño porcentaje de todas las cosas que haces. Libros que comienzas, iniciativas que empiezas, micro-retos que te propones, todo eso es abortable.

Pese a su mala fama, abandonar proyectos es una gran oportunidad. En cuanto le cierras la puerta a algo estás abriéndole el hueco a algo nuevo (una actividad, un reto, etc.).

Y la verdad es que empezar una pequeña rutina de inicios y abandonos antes de asentarte con una actividad en concreto es algo genial. Al haber iniciado muchas actividades como si fueses a asentarte le has dedicado la atención suficiente, y has adquirido en cierto tiempo un conocimiento de primera mano en varios temas.

Nunca estás en mejor situación para tomar una decisión que cuando tienes información de primera mano. Pero nadie se implica completamente en cosas que sabe que abandonará pronto. Por lo que de un modo indirecto cada abandono de algo en lo que te has implicado fuertemente es un poso importante para tu actividad siguiente.

Hasta aquí mi lista y cómo ves, pese a que no existe una línea perfectamente definida, sí podemos posicionarnos en varios casos señalados y conviene librarse de la presión psicológica. ¿Qué opinas al respecto? ¿Crees que subconscientemente acabas más de lo que deberías?

Fotografía original de Rhys Davies

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6 comentarios

  1. Me encantaría poder dominar esto que dices: «si ese proyecto en concreto forma parte de tus objetivos principales eso se merece que aguantes hasta el final. Ahí y sólo ahí, es dónde debes presionarte a ti mismo.» El presionarme ha sido una de mis debilidades desde que lo he descubierto hace años, pero también tengo claro que como dices en tu nuevo post, uno debe continuar a pesar de la lluvia, si logro mis objetivos a pesar de la tormenta, de seguro que habré logrado superar mi debilidad de no funcionar bien bajo presión. Partiré por erradicar de mi diccionario las escusas, a no ser que se traten de un tsunami o una verdadera razón, muchas gracias Lago.

    • ¡Gracias a tí Matías! La barrera entre para qué debes presionarte y para que estás perdiendo el tiempo es fina y tiene que definirla cada uno. Eso sí, piénsalo una sola vez por todas y luego ve a tiro fijo, haciendo lo que haya que hacer e ignorando lo que haya que ignorar. Un saludo.

      PD: es «Iago» con «i». Pensaba que sólo en Francia me llamaban «Lago» 🙂

  2. Todo lo presentado me parece razonable y cierto, pero sin embargo tengo que hacer un pequeño comentario:
    Es verdad que hay una presión social para acabar lo que has empezado, y es verdad que eso puede ir en detrimento de tus intereses, ya que inviertes recursos en ello (el llamado coste de la oportunidad). Sin embargo, esa presión tiene una razón de ser; también constituye una perdida de recursos dejar proyectos a medio hacer, y puede ser que para el que los ejecuta no sean especialmente importantes, pero para el grupo de gente o para el sistema social en el que viva esos costes pueden ser más significativos. En tu ejemplo del general, si el general decide abandonar su puesto en medio de una campaña, eso supone un problema para sus tropas; puede que alguien tome su puesto, pero eso conlleva un tiempo de aprendizaje (para la persona y para su entorno que también tiene que adaptarse).
    El mensaje que quiero transmitir no es que haya que tener en cuenta el coste para la sociedad (cada uno puede decidir por si mismo cuales son sus responsabilidades), sino el que puede ser interesante estudiar esos mecanismos de presión. Por ejemplo, un trabajo en una pequeña start-up que trata con una tecnología muy puntera tiene más posibilidades de convertirte en alguien necesario (ergo probablemente haya mecanismos ya dispuestos para que te quedes) que un trabajo de programador en una gran multinacional. Por lo tanto, si hay que elegir entre los dos, podemos asumir que sera más fácil dejar la gran empresa que la pequeña start-up. Esto puede ser algo a considerar si uno planea cambiar de localización.
    De la misma manera, y a riesgo de sonar manipulador, también puede ser importante moldear esa presión. Por ejemplo: cuando se hace un nuevo proyecto en grupo, podría ser importante tener en cuenta que personas son clave y que personas no lo son, y adaptar o orientar los mecanismos de presión social para «forzar» o «nudge» a las personas clave a quedarse.

  3. Puf! Texto que me remueve directamente las entrañas y que me hace ponerme filosófica (siento si me extiendo o me lío mucho, pero creo que me va a servir de terapia).
    A ver, la experiencia me dice que hay que discernir muy bien entre aquello que tú realmente quieres acabar y aquello que los demás quieren que acabes. La presión social, como has dicho, es muy grande, y en ocasiones es esta presión la que nos lleva a continuar, la que nos conduce a ese empecinamiento, a ese «tengo que acabarlo por <>». Creo, sinceramente, que detrás de un gran finalizador (un Ender de la vida, xD) hay un gran adicto a la complacencia y a la autocomplacencia. Un gran orgulloso, vaya, y no tanto una persona eficiente o práctica. De hecho, podemos meditar lo siguiente: ¿toda aquella persona que termina algo queda satisfecha? Si es así, ¿su satisfacción se produce porque tiene verdadero interés en el proyecto y quiere verlo finalizado o porque es un adicto a terminar las cosas? Yo he experimentado las dos situaciones. Hasta hace bien poco, detestaba la procrastinación; es más, me irritaban o tenía un bajo concepto de las personas que procrastinaban. He llegado a terminar libros que me horrorizaban simplemente por el hecho de que son libros buenos y han recibido muy buenas críticas; el razonamiento lógico que se establecía en mi cabeza era el siguiente: «si el libro es bueno y no me gusta es que no sé apreciar la buena literatura, de modo que me voy a forzar a ver si así me «acostumbro a su sabor» y puedo «encajar» con «los que saben». Otro ejemplo más absurdo es el de cuando de pequeña me empeciné en que me gustara el queso. ¿Por qué? Porque me parecía ilógico que no me gustase; a todo el mundo le gusta el queso y yo quería encajar, así que como iba a ir a una fiesta de cumpleaños en donde la comida estrella iba a ser la pizza (y yo no estaba dispuesta a ser la rarita que comiese algo distinto) me compré un queso, lo terminé y hoy en día puedo decir que no sólo no me gusta, sino que lo odio. Así que si, puedo decir que acabé muchas más cosas de las que debería (con el queso terminé, literalmente, vomitando). Y así con libros y algún que otro proyecto.
    Ahora bien, el paso de los años me ha enseñado que es imposible decirte a ti misma sí a todo. Por salud, porque hay que elegir, porque con la edad se suman los proyectos, las obligaciones (y también los placeres) y no puedes estancarte en uno; pararte si, trabajar duro, luchar con uñas y dientes si de verdad el beneficio va a ser mayor que el esfuerzo, si te va a reportar algo valioso para ti o para alguien (sea este valor económico o personal) pero hay que saber decir «hasta aquí». Y es probable que cuando llegues a ese punto pienses que ni siquiera tenías que haber empezado; no porque tu fracaso o porque los obstáculos hablen en tu momento actual, acusándote, sino porque es posible que te confieses a ti misma/o que no QUERÍAS haber empezado. Tú preguntas a tus lectores si acaban más de lo que deberían, pero también podríamos preguntar si empezamos más de lo que deberíamos. Un ejemplo: estás en una librería cualquiera mirando libros, sabes que te vas a llevar uno pero no sabes cuál. De pronto ves el éxito de la temporada, el oro en letras de la crítica. No te llama. Te llama más el de al lado, el que tiene un dragón «fosforiteante» pintado en la carátula. Aún así, te llevas el libro cultureta. Lo empiezas. Decepción. Continúas. Te viene el vómito como a mí con el queso. Con asco y sentimiento de culpabilidad porque no te gusta o por no haber cogido el otro prosigues. No te rindes. Al final, ¿qué te dices a ti mismo? ¿No debería haberlo terminado o no debería haberlo empezado? Y no, creo que el argumento de «ahora sé que no me gusta, he aprendido algo» no te vendría a la cabeza, porque estarías fascinado leyendo el libro del dragón fosforito. «¿Por qué empiezo lo que empiezo y no otra cosa?», otro punto de vista del asunto, quizás no tan interesante para un blog sobre productividad.
    Actualmente, y ya voy terminando, xD, distingo entre procrastinadores perezosos, procrastinadores miedosos y procrastinadores sabios y estos últimos tienen no sólo mi apoyo cuando me piden consejo sobre sus «finalizaciones», sino también mi más absoluta y sincera admiración.
    Con todo, sigo teniendo cierta aversión a no acabar cosas y también a acabarlas: a no acabarlas porque implica un autoodio, a acabarlas porque implica comenzar un nuevo proyecto y eso, si vienes de un fracaso, resulta aterrador.

    Para Ávalon: me ha encantado el cuento y, al igual que el viejo de tu historia, adoro, quizás por cierto placer sadomasoquista, los caminos duros. Aunque nunca se llegue al final inicial, es lo mismo, porque nunca se sabe si esos caminos pedregosos y sinuosos nos podrán ofrecer otros finales, otras metas igual o incluso más provechosas que la primera. De la valentía nacen los sabios.

    Saudinha!

    • Muchas gracias Iris por tu comentario respecto a mi parábola, la valentía es un don que es benéfico siempre.

      Respecto al comentario que haces a Iago, efectivamente, creo que ese es el meollo del asunto aparte del hábito de terminar, quizás el morder más de lo que podemos tragar.
      Saludos

  4. Nada más leer el título, ya me respondí a mi mismo, no necesito acabar nada.
    Lo importante bajo mi punto de vista es la meta fijada, si ha sido fijada con buen criterio y es bueno para nosotros; el camino es importante, de ahí que debamos tener cuidado al elegirlo, pero si lo empiezo y no me resulta adecuado, lo dejo y comienzo otro, siempre con la vista en la meta elegida.
    Respecto a la importancia del sendero, compartí con vosotros una entrada “Los tres senderos” http://tribunaavalon.blogspot.com.es/2012/04/los-tres-senderos.html donde contaba la tres opciones que se le ofrecían a los caminántes para llegar a la meta (unas altas cimas) y de cuales se escogieron.
    Un abrazo amigo Iago

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